Columnas

Primera Persona Singular IX

Despertamos abrazadas. El sol entra de a poco por la ventana. Me levanto, voy al baño y me fumo un cigarro, viéndola dormir. Mi pieza tiene el baño al lado, como corresponde.

Por: Sofía Arteaga

El reloj marca las 11:40 de la mañana. Domingo. Mi mamá debe estar yendo al supermercado a comprar las cosas para el almuerzo. Ella lo planea todo, desde el tipo de servilletas que se usarán hasta el tipo de vino que beberemos con un poco de soda, como niñas, en la casona. Mi viejo tomará una copa de tinto, es rigor, sin soda y con su parsimonia habitual, como si fuera un extraño rito.

Me visto con una polera vieja y me pongo unos shorts. Camino descalza hasta la cama. Katya duerme como una niña risueña, sonriendo de vez en cuando. Agarro mi cámara fotográfica del librero junto a la cama y le tomo un par de fotos en digital. Ella abre los ojos con el click.

– Hola corazón- murmura- ¿Qué haces? – pregunta

– Sólo tomo algunas fotos para recordarnos más adelante

– Uy, que previsora. ¿Y que más vas a hacer?- suspira en medio de un bostezo, mientras estira sus brazos para quitarme la cámara. Se la paso y comienza a sacarme fotos.

– Ay, no se que seguirá, Katya- y modelo ante la cámara, como una supermodelo anoréxica- Pero la verdad, no me importa.

– Hoy es el almuerzo con tus papás. Irás, supongo

– Debo ir. Y no se, supongo que Maca y Gustavo estarán ahí, para descuerarme. Que horror, pero supongo que debe pasar- comento

– ¿Quieres que te acompañe? ¿O prefieres que no?

– No sé. La verdad, no sé. ¿Tomemos café, mejor?

– Como usted guste, señorita- responde Katya, mientras deja la cámara sobre la cama y con sus brazos libres, me ata, me hace caer y me río mientras volvemos a besarnos.

12:20.

Me levanto, de nuevo, de la cama. Camino descalza hasta la cocina y prendo el califont. Pongo a hervir agua y en el comedor, pongo la mesa para el desayuno. Twinings, cafetera francesa con café de grano, jugo de naranjas de caja, y queso con tostadas.

Me ducho. Me pongo un vestido de señorita antigua, azul con lunares blancos. Sandalias negras, bloqueador solar, un poco de maquillaje. El cabello suelto.

Cuando salgo del baño, Katya esta sentada en la mesa, tomando café con tostadas. Prendo un cigarrillo y me sirvo café, mientras me siento frente a ella.

– Debo irme pronto, Katya. ¿Quieres quedarte acá a descansar? ¿O nos juntamos más tarde?

– Lo que usted diga, princesa. ¿Segura no quieres que te acompañe? Cuando yo salí del closet, fue terrible y no tenía a nadie a mi lado. No quiero que te pase eso, en serio. Me ducho rápido y vamos- propone.

– No se si quieras pasar con eso. Habrá muchos llantos y todo. Gritos, no olvides los gritos- respondo

– Por eso mismo quiero ir contigo

Boto una bocanada de humo. Ella tiene la mirada sincera, el amor a flor de piel, el perfume de vainilla. No sé si quiero que pase por eso, de verdad. Es como cuando mis papás supieron que ya no era virgen.

Hubo el medio ni que escándalo en casa. Mis papás me llevaron a ver al cura, a confesarme, a hablar con él. “Hacer eso sin estar casada, es pecado. PECADO, hija mía” gritaba mi mamá. Mi papá estaba mudo y me miraba con una cara rara, que no sabría describir si era odio o decepción.

Por otro lado, me serviría mucho tener algo de apoyo. Pero no quiero que ella pase por eso, no quiero. La necesito, pero no quiero que pase malos ratos.

Suspiro. Tomo una decisión.

– Amor mío, sería un gran alivio si me acompañas. No será agradable, por supuesto, que conozcas así a mis papás, pero es inevitable que esto pase.

– De todo corazón, Shofi, te acompaño- y se levanta de la mesa. La rodea y me abraza por la espalda- Yo estaré contigo, no lo dudes- y me da un beso en el cuello.

Sus labios se acercan a mi cara y nos quedamos ahí, suspendidas por un beso, suspendidas por la angustia y el deseo.

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