Columnas

Columna: 33 – Parte II

A veces uno no asume lo que es hasta que se da cuenta de cómo te ve el resto. Algunas veces, con terapia y medicamentos, te das cuenta de la vacuidad de los conceptos y te ríes de ti misma.

Por María Magdalena

–              Yo soy perra, pero perra fifí- confieso ante una amiga y su amigo gay.

–              ¿Cómo es eso de perra fifí?- pregunta Harry, el amigo de mi amiga.

–              Es asumirse. Yo asumo que soy perra a veces, pero perra con clase. El tipo de personas que te gusta tener en tu casa, pero que no come cualquier cosa ni se mea en todas partes, ni te muerde los tacos favoritos.

–              ¿Y no sería mejor ser una zorra?- pregunta mi amiga

–              Craso error. Uno puede tener una perra en casa, pero tener la zorra en la casa, es la zorra, simplemente.

–              Pero las zorras son inteligentes

–              Y salvajes- termino

–              Y eso las haría más entretenida que una perra, definitivamente- responde Harry

–              Si, puede ser mejor ser una zorra en la cama y en la casa, pero no puedes sacarla a pasear a Bellas Artes con un lindo vestidito escocés.

–              Eso es porque la zorra es salvaje y es zorra.

–              Yo prefiero ser perra fifí a ser zorra. Ojo, es muy diferente ser perra fifí a perra callejera.

–              ¿Cómo es eso?- pregunta mi amiga, mientras mordisquea una galletita importada.

–              Simple. Imagínate y compara. Una perra callejera va detrás de cualquier hueon, come lo que encuentra y no reclama si le pegan una patada en las nalgas. Si anda en celo, anda la manada detrás de ella, pero no elige, sino que es poseída por la manada.

–              Igual suena sexy eso- dice Harry, tomando un sorbo de chocolate caliente.

–              Pero es feo. No, yo asumo que me gusta usar taquitos, que me gusta maquillarme y no comer cualquier cosa ni estar con cualquiera. A menos que yo lo decida, lo cual habla de mi lado canino.

–              O sea, perra, pero perra con clase.

–              Si, se podría decir que sí- y nos reímos.

Prendemos algunos cigarrillos y nos quedamos viendo la gente caminando por Mosqueto

Pasan unos chicos demasiado hermosos para ser heterosexuales. Miro a Harry. Ellos lo miran a él, sonríen y se cuchichean mientras pasan fuera del café.

-¿Cómo chucha lo hacen los chicos gays para ser tan lindos?- le pregunto a Harry

– Simple. Mucho ejercicio, cero comida, mucho café y cigarro. Sin olvidar, por supuesto, el buen gusto y el tino en el vestir- responde, mientras suelta una bocanada de humo.

Saco mi espejo de cartera. Tengo los labios delineados, los ojos maquillados y estoy en medio del barrio rosa de Santiago, regia y sola.

–              Te pediría que me presentaras a alguien, pero lo veo difícil- le digo a Harry

–              Como amigos, sí. Como cama, no. Lo siento, no me sirves para eso.

–              Y se supone que yo soy la perra. Me ganaste, Cachupin- y dejo colgando el cigarro en mi mano enguantada en cuero.

–              Lo siento, querida, la verdad es cruel y a veces necesaria- responde

Mi amiga tiene novio, pero los amigos de su novio están: a) casados; b) separados; c) divorciados; e) pasteles y f) gays. Y los pocos solterones no fuman, se cuidan, se creen metrosexuales y andan en barrios tipo Suecia agarrándose modelocas.

–              Podrías volverte lesbiana- me dice mi amiga

–              No es mala idea. Ya tuve mi época lésbica y no era tan patética como ser heterosexual.

–              Piénsalo- me dice Harry- Ahí te puedo presentar algunas amigas buena onda.

–              Lo pensaré- y apago el cigarrillo mentolado en el cenicero.

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