Columnas

Primera Persona Singular V

Por Sofía Arteaga

La Maca se ríe un poco.

– Por eso desapareciste, mujer. Y yo, preocupada – me dice

– Na, todo bien por acá. Ahora estoy en su depa, fumándome el último cigarro que me queda.

– ¿Y? ¿Cómo se llama? ¿Qué hace él? ¿Dónde lo conociste, perra lujuriosa?- se carcajea ella.

– Prefiero hablar eso en persona, Maca.

– Uy, que misteriosa tu… Ya, juntémonos po.

– Yo cacho que ahora me voy al depa. Veámonos allá, ¿te parece?

– Es un poco tarde, pero igual. Me muero por saber los detalles, mujer.

– En una hora en mi depa – le digo.

– Ya, nos vemos, querida. Tomo mi autito y voy para allá.

– Yapos. Chaus.

– Chaus- y ambas colgamos.

Me comienzo a vestir. Katya remolonea un poco en la cama y mientras me pongo la chaqueta, pienso en que debo hacer ahora. Me acerco, la beso y huelo sus cabellos. Ella abre un poco los ojos y me dice hola.

– Me tengo que ir, Katya

– ¿Vuelves?- susurra ella

– Volveré, Katya. Te juro por Dios que volveré – suspiro

– Llámame

– Te llamo desde la casa, cuando llegue. Tu, duerme un poco

– Ya. Dame un beso, princesa

Nos besamos y me dan ganas de quedarme, dejar a la Maca plantada en el hall del edificio y quedarme ahí. Pero debo ir. Enfrentar a la Maca, decirle que quiero a Katya y que todo, todo cambio de un suácate. Me da miedo. Te juro que estaba cagá de miedo.

Pero como dice un amigo, cursimente, “lo que no te mata, te hace más fuerte”.

No quiero despegarme de ella. No quiero irme.

Hago un esfuerzo supremo y me despego de su lado. “Te llamo, Katya” “Nos vemos, corazón de gato”. Camino rápido hasta la puerta y cierro por fuera, con ganas de no tener que irme, con una ganas atroces de volver a la cama y dormir una siesta con ella, olvidar todo en el perfume de su cabello, acariciar ese cuerpo tibio, hacerme una con ella.

En el ascensor, saco mi Ipod y me pongo los audífonos. Busco en mis carpetas algo, una canción que me recuerde a Katya, pero nada se compara con ella.

Camino al metro. Guardo el Ipod. Nada es como ella, nada es como ella.

Todo el camino me fui extrañándola. Hago la combinación de la Linea 1 y me siento en el piso, a pensar hasta Escuela Militar. La Maca. Como chucha le cuento. Mierda.

Creo que debo aclarar un poco la relación entre la Maca y yo. Nos conocimos en un curso de yoga, hace años atrás, cuando estaba en una relación tormentosa y una conocida que es media hippie me recomendó hacer yoga. Yo estaba tan pal gato, que me metí a probar.

Y fue verla y amarla. Nunca antes había sentido nada así. Su sonrisa, su sentido del humor, las mismas películas y el mismo soundtrack de vida.

Conversamos al final de la clase. Coincidimos en que íbamos a la misma U, pero de facultades distintas. Comenzamos a vernos, a hacernos inseparables. Dormía en mi casa. Yo dormía en la suya. Salíamos juntas a todas partes, como una fuerza simbiótica extraña, que se atraía y repelía a la vez.

Muchas veces, ebrias a morir, la abrazaba y sentía su cuerpo a mi lado. Y yo no sabía que hacer, excepto estremecerme hasta la punta de los pies al sentir su aliento cercano al mío, con el temblor de no saber si atreverme y besarla; con el miedo latente de estar ahí, con ella y no poder hacer nada; con la culpa religiosa de que el amor esta reservado solo al hombre y la mujer: nunca dos mujeres podrían amarse.

Pero yo amaba a la Maca. La amaba con sus dolores, con sus penas, sus comentarios hueones y sus chistes. Y ella nunca me amó tan rabiosamente como yo a ella.

Entonces conoció a Gustavo. Al principio pensé que no iba a durar. El, tan cuico y tan hijito de papá; Gustavo con su afición de marcas caras, con su dinero y contactos. Gustavo y sus momentos de eyaculador precoz, Gustavo como mal amante, pero excelente para presentarlo ante tus padres.

Yo creo que la Maca eligió a Gustavo por eso. Ella era muy ambigua y el sexo le importaba poco. Me confidenciaba que con Gustavo se entretenía, pero a la hora de los quiubos, se aburría como una ostra. “El tiene su rutina. Y es como “ya, tiremos” pero no tanto porque quiera, sino porque hay que hacerlo. Es como parte del contrato” me confidenciaba la Maca. “¿Eres feliz con él?” le preguntaba yo, mordiéndome la lengua. “El me ama más de lo que yo lo quiero a él. Si, la paso bien con él. Salimos a buenos lugares, es guapo, no es tan estúpido como otros con los que he estado y su familia es un encanto”, respondía ella. “¿Pero lo quieres?” preguntaba yo. “Ay, que dramática y cursi te has puesto. No sé, la verdad no sé. ¿Cambiemos de tema?”

Siempre, siempre cambiaba el tema. Ella nunca sintió lo que yo sentí en estas horas junto a Katya. Nunca sentiría como yo. No ama, esa fue la decisión a la que llegué hace un tiempo atrás. Una verdadera pena.

Escuela Militar. Me bajo. Paso al súper y compro cigarros y un six pack de cervezas, junto a un jugo light de naranjas para la Maca.

Llego al edificio. Subo en el ascensor. Puerta. Llaves. Luces. Dejo la bolsa en el mesón de la cocina y abro una lata de Budweiser. Prendo un cigarro y busco un incienso.

Se siente tan solo aquí, sin ella. Sin Katya y su risa de gaviota.

Pongo música. Suena el timbre. Es la Maca.

Qué miedo, pero qué miedo tengo de abrir la puerta.

Camino hacia allá, con la decisión hecha pebre y el alma hecha un papel arrugado.

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