Primera Persona Singular XII
Conduzco sin saber adonde. El auto serpentea por las calles, sube, baja, dobla en esquinas. Katya prende un cigarro, dos. Yo, no puedo fumar. No puedo hablar. Enfilamos a la montaña. Se ven personas haciendo parapente en Las Vizcachas, un par de personas caminando por las veredas de tierra, uno que otro ciclista sin casco.
Por: Sofía Arteaga
Katya prende la radio. Me pasa un cigarrillo prendido. Le doy un par de caladas. Sigo temblorosa, como una flor delicada sacudida por el viento, con la tormenta amenazando lluvia y granizo.
Vamos en silencio, amortiguado por la música de la radio. Llegamos a un claro, donde hay un pequeño bosquecito. Estaciono en la berma.
– Duro, ¿ah?- comenta, lacónicamente, Katya
– Si, es duro. Pero ahora estoy mejor. En serio.- respondo
– Y yo pensaba que mis papás eran tradicionales. Los tuyos lo son más, mil veces más que los míos.
– Lo sé- suspiro- Me van a cortar todo, supongo. La cuenta en el banco, el depa, la U. En fin. Cosas que pasan.
– Estas conmigo, corazón- y ella me da la mano- Yo estaré ahí, para cuidarte, protegerte. Amarte, a fin de cuentas
– Lo sé. Y te lo agradezco, no sabes como te lo agradezco.
Ella se acerca. Yo tiemblo cuando me da un beso. Tiemblo más cuando siento, sí, siento que estoy bien, que todo es un proceso, que voy a tener que partir de cero, por primera vez en mi vida, sin nada. En pelotas, como un bebe recién nacido. En pelotas, con una mano delante y la otra detrás y para de contar.
– Si quieres, puedes venir a quedarte a mi casa por un tiempo. Ya sabes, mientras pasa esto- ofrece Katya
– No sé si pueda. No sé si deba. Esto, todo esto, es tan repentino, tan fuerte.
– Amor, quédate conmigo. Te lo ofrezco, de corazón. De alguna forma nos arreglaremos, no lo dudes.
Me abraza. Yo siento que todo se cae, que mis piernas tiemblan, que todo alrededor se cae y yo ahí, parada, viendo el desastre con los ojos vacíos.
– ¿Vamos a buscar tus cosas?- me dice ella-
– Vamos- respondo, mientras prendo el motor.